Wednesday, September 07, 2005

Jamacucos

La primera vez que vi la aleta del monstruo tenía siete años. Venía directamente hacia mí, a velocidad de vértigo y sin vacilaciones. Zas. Zas, zas, zas. Todo, absolutamente todo, me parecía horrible; mirase donde mirase, lo único que encontraba era fealdad. Fealdad y miseria. Y mentira. Y falsedad. Y crueldad (inncesaria). Y un cúmulo de excrecencias que la gente se empeñaba en llamar vida. Un horror. Cerré los ojos y me dejé llevar.

Fue la primera vez que intenté suicidarme. Como mi padre era médico, era superfácil acceder al armario de las medicinas. Lo que es bueno para Marilyn es bueno para mí, pensé, mientras abría la puerta corredera del botiquín con innecesario sigilo. Como ya he dicho, era un niño muy aficionado a los colores chillones (mi etapa colores pastel llegó un año después) y a los gestos no menos chillones à la Katharine Hepburn. Me tragué 42 pastillas y esperé a que hicieran efecto.

Y lo hicieron. Estuve vomitando durante tres días. Mi madre estaba extrañadísima. “A este niño le ha sentado mal la cena; es que no me lo explico, si estaba buenísima…”, dijo. “Ha tomado demasiado sol”, replicó mi tía, en calidad de ATS diplomada. “No tengo ni la menor idea de lo que le pasa, pero es asqueroso. Mira, mira la bilis. Por Dios, qué mal huele”, dijo mi padre, agitando un barreño de plástico verde un tanto baqueteado (ha estado en casa antes de que yo naciera y ahí sigue).

No me morí, claro. Nunca llegaron a saber lo que me pasaba y yo me guardé muy mucho de explicar las misteriosas causas de mi gastroenteritis. Había elegido las pastillas más llamativas –rosas y naranjas, burdeos y unas cuantas cápsulas blancas y verdes–, que como todo el mundo sabe no son letales. Las que te dan el matarile son las blancas, las más pequeñas y pulvurentas. Las de colorines suelen ser complejos vitamínicos, o pastillas para eliminar el dolor de cabeza (Analgilasas, a las que tengo tanto cariño, de un rosa chicle), o para la gripe, o para el reúma (las burdeos)… En fin, que la muerte –la muerte química, se entiende– no es nada, pero nada fan de Ágata Ruiz de la Prada. Puestos a elegir modeli, la muerte prefiere a Dries Van Noten.

También yo. Para mi próximo cumpleaños se admiten mortajas Van Noten. O imitaciones tubulares de Eileen Gray; nada de ataúdes al uso.

Un consejo: si vas a suicidarte, hazlo con estilo.

2 Comments:

Blogger carlos said...

El que debería suicidarse es Garci, no tú.
Mirar hacia a trás y ver a Ana Rosa o a Cayetana, You are the one o Historia de un beso... Por mucho menos Kurt Cobain se suicidó.

4:54 AM  
Blogger Madame X. said...

Ay, Charles, dear. Un amigo común me dijo un día: "Pues suicídate de una vez, pero no vuelvas a llegar a tarde". Y llevaba razón. A este paso, voy a tener que comprarme un reloj de cuco (para llevarlo en la oreja, en plan zarcillo).

8:19 AM  

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