Thursday, September 08, 2005

Novelas

Mi primera novela la escribí con 12 años. Se llamaba El canto del cuco y la acabé nueve meses después. Tenía 194 páginas y era un policíaco al más puro –purísimo– estilo Agatha Christie (con once años me había leído la colección Molino al completo). Sólo tenía una nota peculiar, un guiño íntimo: los protagonistas eran mi familia. Al final de la novela, de las ocho hermanas de mi abuela sólo quedaban un par de hermanas, bastante desequilibradas, y ella; el resto habían sido asesinadas en las circunstancias más disparatadas (tenía 12 años y mi imaginación, más que febril, era decididamente macabra… y barroca, muuuuuy barroca).

En fin, el caso es que no hace falta ser un lince para darse cuenta de que, ya por aquella época, las relaciones con mi familia no eran precisamente idílicas. Una especie de inhibición freudiana de manual me impedía cargarme a mi propia familia sin sentirme un poco culpable, de modo que tiré por la calle de en medio: me cargué a toda la generación anterior de la rama materna (la paterna no he interesado jamás, básicamente por una cuestión de esnobismo) y me quedé tan ancho. Aún recuerdo cuando puse la palabra Fin. Fue como un orgasmo. Miento. Fue mejor que un orgasmo. Mucho mejor.

La segunda novela fue un híbrido, bastante fallido, entre el género policíaco y la escritura automática, hiperbólica y esdrújula. ¿Por qué poner cuchitril, incluso chiribitil, cuando puedes echar mano de una palabra tan sonora –y tan rematadamente cursi– como ergástula? Eufonía al poder, por encima de la coherencia y el decoro. En fin, era una novela abominable. Tardé un año y medio en excretar aquella cosa y, cuando al fin la acabé, parecía más una colcha de patchwork que una novela. Execrable.

La tercera… Ah, la tercera. Un folletín –era mi época gótica– con ribetes de… ¡Ivy Compton-Burnett! Chúapate esa, Teresa (Viejo). Una cosa informe, sin el menor sentido, sobre una serie de matrimonios invitados a pasar una temporada en el campo por una especie de rico de pueblo que vivía en pecado con su sobrina, un angelito que al final resultaba ser una mala puta. Algo sencillamente atroz. Unos diálogos… En fin. Purulento. No, peor: malo, rematadamente malo.

Ahora estoy releyendo la última, que empecé a escribir hace casi diez años y terminé hace ya la friolera de dos y medio y que… Santo cielo, qué rematadamente marica puedo llegar a ser escribiendo. He cogido el bolígrafo del no y he empezado a tachar y tachar (y tachar); los folios parecen la cara de una estrella de cine antes de pasar por el quirófano. Y el caso es que, entre tanta y tanta bazofia, tiene cierto encanto. Un encanto algo añejo, claro –no estoy tan ciego–, pero, bueno… Digamos que cada día soy más fan del cine mudo. Ya veremos.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Bueno, decir que llevo un ratito leyendo y disfrutando con esta página, la cual me ha recomendao un amigo "blogero".
saludos y suerte, pues.
http://spaces.msn.com/members/meltorme/PersonalSpace.aspx?_c01_blogpart=myspace&_c02_owner=1&_c=blogpart

5:40 AM  
Blogger Manuel said...

¡Habrías de compartir unas líneas, hombre!
Te reservas el placer para tí mismo, eso tiene un nombre y se llama egoismo.

8:31 AM  
Blogger noesmivida@hotmail.com said...

tremendo el post!!! ... no sé si quedarme con el argumento de tu primera novela (con 12 años cargarse virtualmente a toda la familia materna debe ser una terapia brutal), con el palabro "ergástulo", o con que la última te resulte tan marica (no te preocupes, mira a Wilde).
Un saludo.

5:34 AM  

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