Tuesday, February 14, 2006

Ramadán

De vez en cuando me retiro del mercado de esclavos. Hay que hacerlo para poder regresar. La voz de alarma la da la piel: cuando te tumbas en el Balmoral y tu piel tiene el mismo aspecto que la moqueta del suelo (o incluso uno o dos tonos más apagada), ha llegado el momento de abrir la puerta de tu celda y encerrarte en ella, como un monje copto (he visto documentales y, la verdad, no creo que sea la comparación más adecuada: casi todos ellos tienen una piel que tiene todo el aspecto de que se puede encender una caja de cerillas sobre sus pómulos, por demás hirsutos).

En fin, el caso es que cuando llega el Ramadán, me refugio en la ficción (o sea, la lectura), una forma de evasión levemente menos perjudicial para mi salud –mental, no la física– que el alcohol. Cuando leo no me rajan, no me desvalijan, no tengo resacas y no pierdo móviles, abrigos o bufandas, pero mi visión de la realidad se va volviendo más y más negra hasta que lo negro termina abarcándolo todo.

Hay gente que es feliz leyendo. Yo no. Leer no me hace feliz. Vivir, tampoco. Pero, claro, uno no puede pasarse la vida amorrado a la botella y esperar que su piel tenga la misma textura que un nardo recién cortado. Lo único que, a partir de cierta edad, parece un nardo recién cortado es… un nardo recién cortado.

La primera vez que hice una cura fue cuando aún no había cumplido los 30. Aparentaba mi edad, gran trauma para alguien que jamás la ha confesado. Me retiré del alcohol y comprobé lo grotesca que es la gente borracha. Especialmente yo, claro. Me quedé horrorizado. Aunque en cuanto me di cuenta de que la gente sobria es casi igual de grotesca que la gente borracha, volví a emborracharme.

Cuando llegué a Madrid hice una cura, en cuanto conocí a mi ex marido. Quería complacerle. Y engañarle, supongo. No conseguí ni una cosa ni la otra. Es más, creo que jamás conseguí engañarle. Lo de complacerle es harina de otro costal…

Después he vuelto a hacer breves curas, mucho más breves que aquel primer ramadán, pero siempre he vuelto a las cloacas. Ahora me planteo –por el momento, sólo me planteo– un breve retiro. He vuelto a la ficción, pero la lectura, como el alcohol para Dorothy Parker, ha dejado de ser mi amiga. Y es que no hay nada que dure para siempre, ni siquiera los amigos.

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