Wednesday, January 25, 2006

Jinchos

Toda mi vida he aspirado a tener una casa o, más concretamente, un lugar donde caerme muerto. Dado el régimen de vida que llevo, es muy, pero que muy posible que ese día, el de mi encuentro con lo Inefable, esté mucho más próximo que el día en que acabe de pagar la hipoteca.

A saber, la última adquisición a mi agenda amorosa es un simpático C & Ch. (Camello + Chapero). No contento con tener una biografía que incluye una estancia –pagada por el Estado– de dos años en Colombia y un breve intermedio laboral como portero del Strong Center (tugurio madrileño al que prevé regresar en breve y en el que, antes o después, nos volveremos a encontrar) –lo he dicho por orden cronológico, no por orden de importancia–, acaba de añadir la circonita más fastuosa a esa tiara vital: un teñido integral de raíces a puntas del color de una mazorca en primavera. Responde a un nombre falso, pero el verdadero es mucho mejor –no seré yo quien le traicione–; tiene un rosario de amigos que incluyen a lo más granado del chapererío/camellerío madrileño… En fin, una auténtica JOYA.

Y lo mejor de todo es que no es el primero. Ni mucho menos. Recuerdo una noche en la Ciudad Funeraria en la que, como suele ser habitual en mí, perdí el sentido –y cualquier tipo de criterio–, pero no la sensibilidad. En el esfínter, básicamente. Acabé con un presidiario –no ex, sino presidiario (en régimen abierto, pero presidiario al fin y al cabo)–, en las afueras, en un coche (ignoro si robado), con las patas por alto. Muy romántico. Muy patético. Muy propio de mí… Sobre todo cuando llegó la Guardia Civil y, golpeando suavemente en la ventanilla, nos solicitaron, de un modo un tanto perentorio, nuestra gracia.

–Me llamo Carlos –mentí, mientras me tapaba la cara con un jirón de tela rojo.

–No, no, no… –protestó una voz (un tanto aguardentosa) detrás del agente–, el maricón ése no tiene nada que ver. Fue el otro. El otro.

El otro era un individuo de este jaez: perilla (aberración capilar que, al parecer, está especialmente extendida entre la hez de la sociedad, no en vano mi C & Ch. también lucía una con idéntica donosura una perilla idéntica), piercing en el pezón, tatuajes carcelarios –lástima que no supiese deletrearlos–, pelo esculpido à la gras… En fin, un horror.

El horror salió del coche y le dio sus datos a la Guardia Civil. Nunca supe muy bien qué había pasado; mi único objetivo en aquel momento era regresar a casa.

Pues bien, en la madrugada del pasado lunes me pasó algo muy parecido cuando C & Ch. empezó a perder los papeles y a amenazar, bajo el efecto del popper, las pastillas, el alcohol y la cocaína –a la que, por alguna razón ignota, llamaba perico–, con romperme las piernas. No es que tenga en alta estima mis piernas, pero son las únicas que tengo, de modo que opté por conservarlas y huir…

Y cuando me levanté en mi casa, me di cuenta de que mi dormitorio se había convertido en una réplica a escala cidade dos pequeninos de la Fontana di Trevi. Lo que no consiguió un camello chapero, lo consiguió mi vecina: sacarme de mis casillas. Literalmente.

Hay que joderse…

1 Comments:

Blogger Dátil said...

Joder...!!!!
Es que me encantas...¿Tú sabías lo que gustas a las tías....????
(Ya sé, que ni tu ironía te dejaría acercarte, eres demasiado inteligente)
Besos.

2:33 AM  

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