Thursday, December 15, 2005

Amigo

La primera vez que mi amigo y chambelán JA y yo nos miramos, nos detestamos mutuamente. “Me pareciste detestable: el típico andaluz gracioso que se empeña en hacer reír a toda costa”. Me dijo una noche, ante una copa (JA y yo hemos compartido, desde entonces, más de una noche de copas; casi todas memorables). Él me pareció como de otro planeta. Hasta que un día, como él dice, “surgió la chispa” y nos pusimos a hablar y fue como… como encontrarte con un doppelgänger, la mitad del uroboro que un día se desprendió en la inmensidad del universo y, de pronto, helo aquí (por cierto, eso me volvió a pasar unos años más tarde, cuando conocí a mi amigo R y él empezaba una frase –de Bette Davis, Mae West o alguna de las otras diosas de nuestro iconostasio común– que acababa yo).

En fin, el caso es que el día en que JA y yo nos pusimos a hablar y a hablar y a hablar… fue como un milagro. Al cabo de cinco minutos, habíamos parido –no hay otra palabra para describirlo: fue un parto espontáneo– la historia de una peluquera que se dedicaba a achicharrarle el pelo a sus clientas los días en que estaba muy estresada. Al final, la historia se transformó en un guión delirante llamado Días de macramé –el título fue cortesía de mi hermano–, que se nos fue de las manos. Los personajes secundarios se comieron vivos a las dos protagonistas, dos mujeres más solas que la una que, como todos, buscaban el amor en el abrevadero equivocado: el mismo hombre, que, muy en la línea de Holly Golihtly, resultaba no ser una rata, ni siquiera una superrata, sino un ratoncillo asustado. Ninguno tenía desperdicio: la vecina que se dedicaba a hacer predicciones bíblicas y estudiaba esperanto (a la que su hija intenta matar al final con un San Sebastián de escayola), la portera que escribía novelones góticos en un ordenador emparedada en un chiscón, el capitoste del Opus Day que por la noche hacía la carrera en el Parque del Oeste vestido con una minifalda de lo más sucinta, su madre (personaje de una abyección encantadora), la vecina/reponedora en el Día/tijereta closeteadita-Martínez Bordiú…

Desde entonces, hace la friolera ya de casi 15 años, JA y yo hemos desarrollado grandes teorías sobre la sociedad contemporánea. Por ejemplo, nuestra última tesis. Existe, sobre todo en las ciudades de provincias, una conspiración de la bota blanca. Me explico: la mujer que lleva botas blancas no se las ha comprado en ninguna zapatería. JA y yo nos resistimos con uñas y dientes a creer que semejante aberración estética se venda libremente en zapaterías sin estar sometida a un estricto control legal (con penas que van desde los cinco años de cárcel a la cadena perpetua, o la muerte si la portadora de la bota blanca luce unas mechas sencillamente abominables). No, no, no. Con la bota blanca se nace, o sea, la portadora de la bota blanca se cría en una vaina especial –y espacial–, como en La invasión de los ultracuerpos, y tiene un único objetivo en la vida: ser lo más ordinaria posible y concursar en Gran Hermano.

Sobre gustos no hay nada escrito, suele replicar la gente que tiene un gusto sencillamente execrable. Mentira. Sobre gustos, especialmente sobre buen gusto, hay una amplia bibliografía, que abarca desde la Biblia al ciclo completo de Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. Otra cosa muy distinta es que tú, querida mujer (y marica) que llevas impunemente una bota blanca, seas analfabeta perdida. Que lo eres.

Todo lo contrario de mi amigo JA. Por eso él es uno de mis mejores amigos y tú, odiada mujer (y marica) portadora de bota blanca (y mechas y kilos y kilos de charcutería fina), mi archienemiga.

En fin, a lo que iba: JA, un beso. Como siempre.

2 Comments:

Blogger Manuel said...

¿Y pasa lo mismo para las zapatillas deportivas blancas (que aca llamamos tenis), vayan acompañadas o no por mechas metrosexuales?

11:14 AM  
Blogger Madame X. said...

Desde luego. Pena de muerte. Sin remisión.

2:58 AM  

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