Thursday, November 24, 2005

Deseo

“El deseo, como la fe para los cristianos, puede mover montañas”. Lo dijo Pedro Almodóvar en el press-book de La ley del deseo y lo digo yo, hoy. Otra cita que podría ser mía (y no lo es): “La ilusión de ser deseado si fronteras (no importa que no te respeten como persona) anida en el fondo de todo ser humano”. Nuevamente, Pedro Almodóvar. La gran tragedia del ser humano es que no te desea quien tú quieres que lo haga, sino otra persona, que a su vez es deseada por una tercera persona, que es deseada por otra, a quien desea otra, que es deseada por quien tú deseas… y vuelta a empezar. “El deseo determina sus actos, su placer y su dolor”. En efecto, el placer determina todos y cada uno de nuestros actos, el placer y el dolor. Mi placer. Mi dolor.

Recuerdo que la primera vez que vi La ley del deseo yo tenía… Uf, yo era menor, muy menor de edad. Un niño. Fui a unas minisalas en la Ciudad Funeraria en una época en la que ser gay no era guay, una época en la que, de hecho, no había gays, había maricones; y tampoco drag-queens, sino travestis. En fin, el caso es que fui a ver La ley con el ánimo estremecido y la sensación estar transgrediendo otra ley, obedeciendo a pies juntillas el deseo que me llevaba a ver una película marica en una ciudad hostil con todo aquello que oliese a pluma, mariconeo y languidez. Me emocioné, claro. Y me excité. Y lloré cuando llegué a casa. Porque me habían hablado con toda naturalidad de lo que, en aquella época y en aquella ciudad, no era normal en absoluto. Sigue sin serlo, no nos engañemos.

En fin, el caso es que desde entonces he visto La ley un montón de veces. Tantas que he logrado aprenderme de memoria monólogos enteros de Carmen Maura en el papel de su vida, Tina, el transexual que es todo corazón (y silicona). Y tantas como para repetir ayer un fragmento de la carta que Pablo (Eusebio Poncela) le escribe a Antonio (Banderas) para explicarle que, “aunque me emociona tu ternura, no estoy enamorado de ti”. De nuevo, un personaje de Pedro Almodóvar me arranca las palabras de la boca. Eso es lo que ayer le dije a una persona encantadora –encantadora, buena y valiente– para explicarle que… ¿Qué? Pues que me he comportado como un imbécil. O como un canalla. O como un canalla imbécil.

O sea, volviendo a las citas: “La crueldad innecesaria es el peor pecado que hay”, Tennessee Williams. Y la necesaria, Tennessee, y la necesaria.

No, si al final será verdad que la vida imita al arte. Hay que joderse.

2 Comments:

Blogger Manuel said...

Citable cada renglón, Tacón.

8:34 AM  
Blogger Madame X. said...

La verdad, ya empiezo a estar cansado de que mi vida pueda escribirse siempre con citas ajenas. Me gustaría que empezase a escribirla con alguna propia, para variar… En fin, me siento como una cucaracha (Kafka). ¡Cielos! Ya empiezo otra vez.

9:12 AM  

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