Tuesday, November 15, 2005

Escándalo

Ayer me quedé un poco de estuco cuando vi a la infame de Mari-Luci Etxebarría porque la atacaban, “pero no por mi obra, sino por si estoy gorda o no”. Pues sí, bonita, estás gorda. Como una vaca. ¿Tu obra? Si de mí dependiese, cogería tu obra al completo, la apilaría en una plaza pública y le prendería fuego (contigo atada a un poste de alta tensión). O sea, lleva toda la vida luchando por estar en el ojo del huracán, por ser la más polémica entre las polémicas, por convertirse en la e(le)nfant terrible de la literatura –o algo parecido– patria, y luego se indigna porque un señor gordo, calvo y con una dentadura horrible –imaginad el teclado de un clavicordio que hubiese estado a la intemperie desde los tiempos de Bach– la pone de vuelta y media sólo porque sus libros son execrables del primero al último. “No me molestan las críticas, me molesta que critiquen si estoy gorda o no”. Y vuelta al tema de sus lorzas. Tesoro, sí, estás gorda. Como una boya. “Esto es una encerrona”, clamó al director del programa (otro monstruo que merecería ser azotado en una plaza pública; sólo se me ocurre un castigo digno de él: alguien debería obligarle a leer todas sus obras de corrido; seguro que no llegaba ni siquiera a la mitad antes de sufrir una embolia). “Mira, guapa, deberías dar gracias a Dios de que, a estas alturas, alguien se atreva aún a encerrarse contigo en un espacio cerrado, aunque haya cámaras delante. Especialmente si hay cámaras delante”, replicó el escritorzuelo con los ojos, mientras con la boca decía lo habitual, en su estilo verborreico: “¿Yooooo? No sé de qué me hablas…”

En fin, a mí la provocación dejó de interesarme a la tierna edad de… Uf, ni me acuerdo. La verdad es que la primera vez que leí uno de esos libros-escándalo, tuve más que suficiente. Mi madre me persiguió por toda la casa, pasillo arriba-pasillo abajo, con una espumadera chorreando aceite: “No creo que ese libro sea lo más recomendable para un chico de tu edad. Si no recuerdo mal incita a la prostitución y al suicidio”. “Y al incesto, mamá, también incita al incesto”. Mi madre puso los ojos en blanco y me dejó por imposible: “¡Qué horror!”

La verdad, el libro era abominable. No porque fuese escandaloso –no lo era: al final, supuraba moralina de la primera a la última página–, sino porque era una basura. Me pregunto si esta chica, la gorda, cree que realmente que la crítica literaria la odia. Me pregunto si, en realidad, esta chica cree que lo que perpetra es algo remotamente parecido a la literatura. O que sus detractores se la toman en serio. O que alguien que no haya sufrido eclampsia durante su nacimiento se atrevería a tomarse en serio ese discurso feme-mi-me-conmigo-no. Por Dios, chica, despierta. Hazme caso y sigue mi consejo: no escribas más y ponte a dieta. La nevera no es tu amiga, te lo garantizo. Y el teclado de un ordenador, tampoco.

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