Monday, November 14, 2005

Silencio

Después de tantas y tantas alharacas, resulta de lo más gratificante darse de bruces con el silencio. El bendito silencio.

Cuando era niño, mi música favorita era el silencio. De hecho, no me gustó la música hasta que no fui muy, muy mayor. Y ahora, cuando uno se ha hecho ya un nombre como un loro, como uno de los grandes loros de la historia –en realidad, una mezcla de loro y ave del paraíso–, como una especie de Bette Davis empachada, una Margo Channing eternamente borracha monologando en un rincón del escenario: “¿Y tú te llamas autor? Tienes ante ti una situación preñada de posibilidades y no sabes qué hacer con ella. ¿Autor? No sabes nada de sentimientos, naturales o antinaturales”; cuando mi cabeza es una cacofonía de músicas y citas: “Estoy preparada para mi primer plano, señor De Mille”, “Que te besen la mano está muy bien, pero un brazalete de diamantes y esmeraldas es para siempre”, “Un buen chulo es como un niño bien educado: no habla hasta que no se le pregunta y se arrodilla cuando un adulto entra en la habitación”…, me encuentro con esto. Con el silencio.

Fue siempre una de mis fantasías privadas (y más obscenas): tener a alguien a quien cuidar. Y cuando te encuentras con ese alguien, te das de bruces con otra cita que llega a mi cabeza –a estas alturas, un guirigay de voces de vivos y muertos, como las cuevas de Marabar– por boca de la tiíta Tru, vampirizando a Santa Teresa: “Hay que tener mucho cuidado con lo que se desea: Dios puede castigarte atendiendo a tus plegarias”. O sea, otra vez a vueltas con las plegarias atendidas.

El silencio. El bendito silencio. En realidad, sospecho que no es más que otra fantasía que elaboré en los más depravados días de mi adolescencia, una época plagada de tópicos y atroces lugares comunes, como la puta con el corazón de oro, la bohemia con ribetes decadentes (en realidad, alcoholismo y roña), los libros como una dulce escapatoria –mentira: son un pasaporte directo al infierno; envidio (y lo digo sin el menor asomo de ironía) el analfabetismo y la estupidez ajenas; la letra impresa es una trampa–, el amor y todo lo demás. Al final, cuando te das de bruces con el silencio… Ah, qué descanso. ¿Qué importa que detrás no se oculte nada más que otra laguna de aguas estancadas? ¿A quién le importa? Lo sublime no existe. Lo sublime es una filfa. Lo sublime no me calienta la cama. Lo sublime, francamente, me suda el coño.

Vamos, que puestos a elegir, me quedo con el silencio.

2 Comments:

Blogger Vipère de Gabon said...

De la A a la Z.

Una vez más suscribo tus sabias palabras. Si todos nos mordiéramos la lengua de vez en cuando, seguro que nos ahorraríamos una gran cantidad de tonterías e insensateces al cabo del día.

Pero no caerá esa breva.

Yo cada día hago propósito de enmienda, pero luego vuelvo a caer en el vicio (nada) secreto de las palabras.

12:12 PM  
Blogger Reggie26 said...

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