Tuesday, February 21, 2006

Versalles

Estoy leyendo una biografía, bastante execrable –por muy de Stefan Zweig que sea–, de María Antonieta, y me recuerda tanto a mí que, de vez en cuando, levanto la cabeza del libro en busca de una guillotina. Como yo, María Antonieta era una inconsciente: se lanzó al pozo de las víboras de Versalles con la misma venda con la que yo entré en mi primer trabajo, la redacción de un diario monárquico, un pequeño Versalles en miniatura, con su Rey Sol, igualmente aficionado a las pelucas, y su corte de adoratrices/felatrices. La más perra, una Dubarry con ínfulas que parecía escapada de una cripta faraónica –por su asombroso parecido con una momia liofilizada adicta a las minifaldas–, finalmente me terminó diciendo ese gran clásico: “¿Ves aquella puerta? Pues ciérrala por fuera”. “Yo también te quiero, BB… Lástima que tu marido no sea de la misma opinión. Tal vez, si te tatuases Ballantines en las tetas… Aunque con esa poitrine me parece más acertado Dyc.” También es cierto que allí encontré a un caballero, subdirector por más señas, que me acogió bajo su alita protectora, pero la Dubarry era mucha Dubarry.

En fin, el caso es que, como María Antonieta, yo también tuve que bajar la cerviz y tragar quina. No sirvió de nada. La guillotina bajó suavemente sobre mi nuca y –¡zas!– la cabeza se desprendió limpiamente. Adiós, simpática corte de los milagros. Adiós, BB. Adiós.

Después, he conocido otros Versalles, todos y cada uno de ellos con su Rey Sol particular (ninguno tan aficionado a las pelucas, todo sea dicho, como aquel primer Sire). En todos hay una corte muy similar, con bandos encarnizadamente enfrentados tras una fina capa de engañosa urbanidad. Chambelanes, edecanes y cortesanos se pliegan a los deseos del tirano con un secreto anhelo: que una nueva guillotina aparezca en el horizonte (y es que no hay nada como la perspectiva de un patíbulo para que salga a la luz la verdadera naturaleza de las alimañas).

María Antonieta murió decapitada. Ella fue, en última instancia, la única culpable de su muerte (ella y los demagogos, claro). Supongo que a mí me pasará lo mismo. Cuando me pase –no lo dudéis–, vosotros seréis los primeros en saberlo.

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