Tuesday, March 21, 2006

Telepatía

Uno de los mitos de mi gran amigo –y durante un año, chambelán– JA es Josele Román. Para JA y para mí, Josele era un mito, como muchos secundarios del cine español tipo Laly Soldevilla, Guadalupe Muñoz Sanpedro, Isabel Garcés (bueno, para JA la Garcés era una bestia negra, aunque yo la a-do-ro) o –no todos iban a estar embalsamados en lo más profundo de la cripta– Marta Fernández-Muro… Durante mucho tiempo, mientras escribíamos aquel guión delirante, la teníamos en mente para encarnar alguno de los personajes –¿la borracha?, ¿la puta?, ¿la portera?…– de aquella historia de loosers. Al final, aunque terminamos el guión, le perdimos la pista a Josele en la noche de los tiempos. Bueno, digamos que en la noche, un territorio mucho más acorde con ella.

Pues bien, más de una década después –en realidad, 15 años después–, Josele regresa de las catacumbas. El pasado martes, estaba en el LL, un tugurio encantador, donde ya me conocen como La Borracha, en el cumpleaños de Nacha la Macha, en carne y hueso. Hueso, no sabría decir si mucho o poco, pero carne… un carro. Su cara era un cuadro de Kokoschka o, mejor, de Otto Dix. Lo que mi madre, con bastante mala uva –pero buen tino–, llamaría una ruina; de hecho, las ruinas de Herculano tienen, hoy día, bastante mejor aspecto que Josele Román. Se subió al escenario y cantó, en riguroso play-back, algo parecido a una canción llamada Telepatía.

Telepatía es lo que he tenido esta tarde, pues, cuando he levantado los ojos del teclado y la he visto en una foto que hemos colgado en la redacción, en la que aparece despatarrada y con un copazo de anís en la mano, lo primero que he pensado ha sido: “¡Qué pena!” Porque me veo reflejado en ella, en ese copazo, en ese careto, en esa ruina…

Y en ese momento me ha llamado mi amigo A.

–¡No te vas a creer lo que me ha pasado!

–Seguro que sí: ya me lo creo todo. A ver…

–Acababa de salir de rehabilitación y no sabes a quién he visto…

–Ni idea.

–¡A Josele Román! Estaba en la puerta del Balmoral y se ha puesto a dar berridos: “Y ahora, ¿dónde voy yo? ¿Dónde voy yo, eh?” No sabía que lo habían cerrado. Para mí que ya estaba borracha.

–Seguro.

–Me he ido riendo hasta llegar a casa.

Pero a mí no ha dado ganas de reír. Porque, en el fondo, soy como ella. Igual. “Y ahora… ¿dónde voy yo? ¿Dónde voy yo, eh?” Eso mismo. Ahora, huérfanos del Balmoral, ¿dónde vamos a ir?

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