Tuesday, July 18, 2006

Basta

Soy un ingenuo. Creí que el ser humano tenía arreglo. Y lo tiene. Una ejecución. En masa. Así es como me siento. Me siento, una vez más, estafado.

Ya me he sentido estafado un montón de veces. Siempre en el trabajo. O casi siempre. La verdad es que uno piensa que esta-vez-será-diferente-lo-presiento. Pero no. Siempre es igual. El trabajo consigue sacar lo peor de mí, de ti, de todo el mundo. El trabajo realiza al hombre, pero el problema surge cuando el hombre no tiene realización posible porque el hombre en concreto, y ese hombre en concreto es siempre un jefe, además de jefe es una bestia. La peor clase de bestia. Un empresario. Ese tipo de empresario que hace promesas, promesas, promesas…

La verdad. Siempre es igual. La misma desazón. El mismo asco. El mismo desprecio. Lo mismo, lo mismo, lo mismo.

QUIERO MATARLOS A TODOS. ¡A todos!

Wednesday, July 12, 2006

Muertos

Me encuentro en una fase furiosamente necrófila –más, si cabe– de mi vida. Estoy leyendo un libro escrito por mi tío sobre mi bisabuelo, una especie de hagiografía delirante por la que me entero, entre otras cosas, de que Arturo Rubinstein tocó en la Ciudad Funeraria en la década de los 20. Oigo misas de réquiem en casa, en el trabajo, en todas partes (incluso cuando no las oigo). Casi todas las películas que veo son un catálogo de muertos. Divinos muertos. De mis gustos en materia artística, es más, de mis gustos en todas sus manifestaciones, mejor no hablar. En fin… La muerte me rodea y no me siento a disgusto en compañía de mis cadáveres. Los muertos son mis amigos.

¿De dónde me viene esta fascinación por la muerte (la letra muerta, la imagen muerta, la palabra muerta…)? ¿Por qué me interesa el pasado mientras que el futuro me deja indiferente (del presente no hablo; el presente me espanta; el presente debería estar prohibido)? ¿Por qué me siento más cómodo en un catafalco que Adriano en unas parihuelas? ¿Por qué siempre, siempre, siempre prefiero los ecos a las voces?

Si miro atrás, no recuerdo que mi infancia fuese especialmente espantosa. No más, desde luego, que la de otros miles, millones de niños mariquitas en aquella época en la que a la pizarra le llamaban encerado. Ah, no, ni siquiera puedo echarle la culpa al tío Sigmund: no tengo ningún estigma oculto al que culpar de mi fracaso vital. Entre la vida y la muerte, yo me quedo con la muerte. Siempre. Entre una película de 2006 y una de 1926, yo me quedo con la del 26 (Metrópolis, sin ir más lejos; aunque el imdb dice que es del 27, pero está equivocado). Entre un libro de 2006 y uno de 1924, yo me quedo con el del 24 (El sombrero verde, de Michael Arlen, sin ir más lejos). Ante un cuadro, un mueble, una canción o un pecado de acabado brillante, suelo huir despavorido. Me eduqué en la tradición de los cromados mates, qué se le va a hacer…

¿Dónde surge todo? ¿Cuándo nació? ¿De mis lecturas iniciales (Agatha Christie, por ejemplo)? ¿De mi primer amor, Sebastian Flyte? ¿De mi familia? ¿De mi madre? ¿De aquella primera visita al cementerio, aquel cementerio en ruinas ya cuando era niño?¿De los ramos de crisantemos amarillos que vendían el Día de Difuntos? ¿De las infusiones de adormidera cuando no podía dormir? ¿Del jardín?

Cierro los ojos y veo un panorama escalofriante: mis muertos y yo, como uno de ellos. Conversando con ellos, durmiendo con ellos, comiendo con ellos, leyendo con ellos (y a ellos), escuchándolos, hablando con ellos, pidiéndoles favores y consejo… Viviendo con ellos.

Sí, la Ciudad Funeraria me marcó. Convirtió mi vida en una eterna profanación de tumbas. Como el doctor Pretorius, me he convertido en un connoisseur de la carroña. Y me encanta.

Thursday, July 06, 2006

Soy

Soy frágil. Soy vulnerable. Soy un hijo de puta.

El autorretrato es, en muchos casos, un autorretrete. En ese sentido, Truman Capote llegó a cotas imposibles de alcanzar ni siquiera por el más dotado buitre carroñero. Yo, humildemente, bebí del mismo abrevadero de aguas fecales; aunque, como dice el personaje de Gonzalo Suárez en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?: “No basta con beber como Truman Capote para escribir como Truman Capote”. Amen, hermano.

Y ahí va otra cita de la misma fuente, pero de otra película (en este caso, La ley del deseo): “Pablo, no te ensañes conmigo. Soy muy imperfecta, y muy vulnerable”. En realidad, La vulnerabilidad es un pasaporte directo al autoconocimiento. Y a la hijoputez (ojo, no confundir hijoputez con crueldad; me inclino a pensar que, más bien, los hijos de puta no son tanto crueles como miserables; yo, por ejemplo, soy más miserable que cruel, lo que, supongo, me convierte en un hijo de puta de serie B).

Y cerramos por hoy con una tercera cita (cortesía de Leo Macías en La flor de mi secreto): “Ay, excepto beber, qué difícil me resulta todo”. Eso, claro, cuando podía beber…

Wednesday, July 05, 2006

Cena

Esta noche ceno con mi ex marido, una persona maravillosa a quien hice la vida imposible –me temo que, en muchas ocasiones, de manera literal– conscientemente. Supongo que la tiíta Tennessee me lo reprocharía con una brutal halitosis matutina, mientras ordenaba una botella de bourbon al servicio de habitaciones: “Hay que desayunar a conciencia, ¿sabes?” Lo sé.

También hay que cenar a conciencia. En general, todo, absolutamente todo, incluidos al parecer los actos de crueldad gratuita, hay que hacerlo a conciencia. No me arrepiento. Sí me arrepiento. Es mi sino: al final, siempre me arrepiento. No importa. O sí.

En fin, el caso es que esta mañana, mientras me vestía –la ceremonia de la toilette es muy importante, ya que marca el tono emocional del resto del día–, he tenido como una especie de dejabugo. Cuando todo se derrumba*, al final del día hay una cena encantadora que te levanta el ánimo (y a veces, con un poco de suerte, algo más). Recurrí a una cena SOS con mi amigo R. cuando rompí con mi ex marido, recurrí a una cena con mi amiga M. cuando decidí romper con todo (trabajo, casa & ciudad), recurrí a una cena con mi ex marido cuando abandoné un grupo editorial no menos nauseabundo que el que tengo la desgracia de soportar ahora… En fin, que siempre que tengo un problema recurro a la comida.

No me importa admitir que la cena de esta noche supone un parche Sor Virgina para mi maltrecho ego. En realidad, la cena de esta noche no es más que otra inyección de un placebo que conozco muy bien, un placebo al que soy adicto. Pero no importa. Al fin y al cabo, tal y como decía mi amiga M. (otra M. más en mi vida), si los medicamentos son nuestros amigos, los narcóticos deben ser nuestros amantes.

* [Cualquier persona que me conozca sabe que, aunque aborrezco las frases hechas en una conversación, las adoro por escrito: considero que no hay nada más gratificante que escribir un texto plagado de frases hechas como ricos cabujones sin que el resultado sea del todo abominable. Supongo que debe ser un placer similar, una perversión inocua, al que experimenta Liz Taylor cuando compra bisutería.]